Filosofías Carnavalescas. Benito Pérez Armas

      Hace algún tiempo que tenía la idea de publicar una entrada en este blog sobre Benito Pérez Armas, y que mejor que hacerlo en estas fechas con su aportación al número especial dedicado a las “Fiestas del Carnaval" de la revista “Gente Nueva
publicado el 25 de febrero 1900, en el que también colaboraron otras grandes figuras de nuestra historia cultural como Luis Rodríguez Figueroa, Guillermo Perera, Domingo Manrique o José Cabrera Díaz.
       Pérez Armas, definido por sus coetáneos como un periodista luchador de los que no pasan desapercibidos en ninguna de las facetas de la vida, en el número anterior de “Gente Nueva” lo describen como “batallador infatigable”, además un hecho importante a resaltar es que era presidente del Ateneo de La Laguna en 1907, fecha en la que se enarboló la primera bandera nacional canaria.
       Nació en Yaiza el 30 de marzo de 1871 y falleció en Santa Cruz de Tenerife el 25 de enero de 1937.

   Filosofías Carnavalescas


Los Carnavales son tan antiguos como el hombre. Han existido en todos los tiempos, los griegos, los hebreos y los romanos tuvieron días de bacanales, de lespercales y saturnales (todos, como se vé, consonantes de Carnavales) según acredita la Historia.

No hay, por tanto, lugar á discutir si los Carnavales son posteriores al Cristianismo. Para mí éste no ha hecho más que fijar, indirectamente, la fecha hoy conocida y respetada.

La Humanidad ha necesitado siempre días de general alborozo. Los (Carnavales son la locura humana escapándose por entre los pesares y convencionalismos de la vida, como los vapores de los hornos de fundición por las braveras de desahogo...

Los Carnavales se celebraban en otros tiempos con motivo de las fiestas de Baco, de Saturno ó del Dios Pan, hoy con ocasión de ser los tres días de carne que preceden al miércoles de ceniza. La misma cosa con distintos pretestos.

Y conste que hallo oportuna la fecha. La Humanidad antes de que le recuerden simbólicamente que «todo es ceniza», exclama: «Bueno, pues por lo mismo ¡Viva el placer!».

He ahí la eterna lucha. El alma mirando arriba, á la única verdad; el cuerpo aferrándose á los placeres de la carne, engañando con la careta de una dicha fugaz... Bien dijo el poeta:


           «Que aquí para vivir en santa calma,
            sobra la materia, ó sobra el alma!»

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